sábado, 12 de marzo de 2011

HISTORIA CONTEMPORÁNEA UN RECURSO DISTINTO PARA QUE RESUELVAN ALUMNOS


ENTREVISTA CON EL HISTORIADOR FRANCES ROGER CHARTIER
 Una entrevista al historiador francés Roger Chartier que le hiciera el diario Página 12  y que se publicó el domingo 13 de Junio de 2010. Al final podrán encontrar el enlace para acceder a la fuente. Chartier es especialista  en la historia del libro y de la lectura y es el autor del libro que estamos leyendo este año: “El orden de los libros. Lectores, autores bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII



“Las nuevas tecnologías se acercan al siglo XVI y XVII”
El autor de El mundo como representación, que mañana recibe el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de San Martín, habla sobre “La mano del autor: archivos literarios, crítica textual y edición”, el tema de la conferencia que brindó en el Malba
“El nuevo mundo textual, en un futuro que nos desborda, puede ser un futuro de fragmentos textuales”, dice Chartier.
Lo imprevisible es patrimonio exclusivo de los suburbios. “Si hubiera aprendido español en Buenos Aires, pronunciaría mucho más fuerte el yo”, dice Roger Chartier adelantando los labios en cámara lenta, como si intentara besar al aire. El historiador francés estudió la secundaria en el instituto Ampère de Lyon. No era una escuela de las más prestigiosas, esas que enseñaban a los jóvenes franceses que nacieron en cuna de oro las entonces “lenguas nobles”, el inglés y alemán. Al adolescente que fue le tocó pulsear con el español. Con los párpados entornados, como si buscara calibrar las luces y sombras de esa experiencia, cuenta que tuvo excelentes profesores que muy temprano lo vacunaron con fragmentos del Quijote. Los vericuetos de su formación historiográfica en la llamada escuela de Anales de los años ’70 y los laberintos del mundo académico que lo llevaron a interesarse en la historia del libro, en la relación entre los textos y los lectores hundieron al idioma de Cervantes en el olvido. Recién a fines de los ’80 y principios de los ’90, una seguidilla de invitaciones y charlas, en España y en la Argentina, lo obligaron a entrenar nuevamente ese músculo fatigado de la lengua española, que ahora luce en forma. Por esas desgracias de la planificación anticipada, sin el mixture de los partidos del Mundial, le tocó dar una conferencia en el Malva, titulada “La mano del autor: archivos literarios, crítica textual y edición”, justo en el mismo horario en que jugaba Francia. “Me dijeron que van a venir los barra bravas deportados de Sudáfrica”, bromea Chartier, que el próximo lunes recibirá el título Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Martín (ver aparte).
El historiador francés, autor de El mundo como representación y Las revoluciones de la cultura escrita: Diálogo e intervenciones (Gedisa), explica a Página/12 en qué consiste la misteriosa “mano del autor”. “Me llamó la atención el hecho de que en toda Europa, y supongo que en América latina también, se construyen archivos literarios con documentos, notas, fotos, borradores, pruebas corregidas de los autores. Hay una disciplina académica, la genética textual, que sigue este camino desde el primer momento que un autor está escribiendo notas para una posible obra hasta que se transforma en un libro impreso. Autores como Flaubert, Zola, Diderot han dejado millones de huellas”, subraya Chartier.
– ¿Por qué cree que se da este fenómeno de conservar las huellas del proceso de las obras?
–Es imposible encontrar este tipo de documentos en autores anteriores a la segunda mitad del siglo XVIII. No tenemos ningún borrador o manuscrito que hayan esbozado Shakespeare, Molière o Cervantes. La cuestión central es por qué no existen estos materiales. No es solamente porque el tiempo ha destruido más documentos del siglo XVI que del XIX. En cierto momento del siglo XVIII los autores empezaron a ser los archivistas de sí mismos y conservaron todas estas huellas del proceso de escritura. Hay que entender por qué se produjo esta profunda transformación que hizo que apareciera la mano del autor. Cambió la perspectiva de la creación literaria, la idea de la originalidad de la obra y la propiedad literaria nació en ese momento. Es la idea de la obra vinculada con la singularidad de la experiencia del individuo, sus pensamientos, sus sufrimientos, “su corazón”, decía Diderot. La mano del autor es la garantía fundamental de este proceso creativo. Antes, entre el siglo XVI y XVII, se podía escribir retomando historias existentes; había una práctica de la escritura colectiva que estaba muy desarrollada, particularmente para el teatro pero no únicamente, y no existía la propiedad literaria del autor. Pero a partir de que se produjo esta transformación en la perspectiva de la creación literaria se convirtió en una obsesión por parte de los autores, de los lectores y ahora también de los archivos, la conservación de “la mano del autor”.
– ¿Se produjo además algún otro fenómeno que explique esta obsesión?
–Hay una mayor relación entre el individuo singular, original, propietario de esa obra, y la circulación, apropiación y publicación de los textos; ésta es la razón por lo cual los autores construyen sus archivos, que van a dejar a la posteridad. Una consecuencia de este fenómeno fue la producción de falsificaciones. Se multiplicaron los manuscritos de Shakespeare, que no dejó nada, salvo dos o tres hojas que fueron añadidas a una obra de creación colectiva en los comienzos del siglo XVII, y que se puede discutir si es verdaderamente o no la mano de Shakespeare. A fines del siglo XVIII había muchos manuscritos apócrifos de Shakespeare porque, evidentemente, Shakespeare falleció en 1626 (risas).
– ¿Qué consecuencias tiene “la mano del autor” en el lector?
–El lector pertenece al mismo mundo que los autores. En el paradigma de la cultura escrita las nociones clave son la originalidad, la singularidad y la propiedad del autor sobre la obra, que no es sólo una propiedad económica, sino moral: no se puede alterar, no se puede modificar. Es necesario recordar que muchos libros del siglo XVI y XVII no tenían el nombre del autor en la portada. Los lectores de entonces no se preocupaban por quién había escrito esos libros, no había propiedad del autor sobre el manuscrito –solamente del librero que lo había editado y que vendía la obra–; nadie reparaba en el hecho de que antes de Shakespeare había otros Hamlet que habían sido representados, y que la misma historia estaba constantemente retomada. Aunque esto no significaba que eran incapaces de diferenciar entre Shakespeare y otros, sino que la diferencia se ubicaba dentro del modelo de la imitación. Hubo un cambio muy importante entre el prerromanticismo y el Romanticismo. Tal vez estamos asistiendo al final del Romanticismo, si se piensa que la creación literaria electrónica persigue lo colectivo y una reescritura permanente. Van a desaparecer estas tres nociones clave que han fundado las prácticas de la literatura, pero también la práctica de la escritura y la práctica editorial: originalidad, singularidad y propiedad.
– ¿Qué tensiones plantea la desaparición de estas prácticas en los escritores?
–Hay una gran tensión que los autores mismos están experimentando. Se intenta, inclusive en la forma electrónica, preservar estas nociones para evitar el plagio. Al mismo tiempo la premisa de los autores es dar un texto abierto a múltiples interpretaciones y reescrituras, como un palimpsesto, pero no hay más singularidad, sino una escritura colectiva. No hay más propiedad porque hay una utilización del texto electrónico libre, gratuito, abierto. Las nuevas tecnologías podrían estar más próximas a ciertas concepciones del siglo XVI y XVII y más lejos de lo que impone la herencia romántica.
La mano izquierda de Chartier juega con un lápiz verde. Parece la mano de un director de orquesta esforzada en armonizar los acordes disonantes de músicos que tocan sus instrumentos como si estuvieran interpretando diferentes sinfonías. “El autor puede elegir publicar en forma impresa o electrónica. Lo que hemos visto, por lo menos en Francia, es que no publican las mismas cosas en un medio u otro –comenta el historiador. En general dan acceso a notas, cartas, artículos en la forma electrónica, pero publican todavía de una manera clásica, en forma impresa, porque se respetan todos los criterios de la propiedad.”
– ¿Cree que cambia el concepto del tiempo entre los formatos? El libro impreso, exceptuando alguna catástrofe, dura más o “para siempre”; en cambio hasta ahora no se puede garantizar cuál será la duración en el soporte electrónico.
–Hay un matiz entre la duración de los soportes electrónicos y los aparatos, es cierto. ¿Cuántos ficheros de los comienzos de la informática no son más legibles porque no hay aparatos que permitan leerlos? La pregunta sobre la duración del libro es dramática. El libro impreso no tiene la misma vulnerabilidad.
–En “La historia o la lectura del tiempo” se refiere a las mutaciones que impone a la historia el ingreso en la era de la textualidad electrónica. ¿Cómo serían esas mutaciones en el caso de la literatura?
–Depende cómo se piensa la literatura, si hablamos de una literatura que supone una documentación considerable es diferente a si pensamos una literatura puramente íntima o de la proyección del yo. Pero si es el primer caso, la misma posibilidad al acceso de más textos está abierta. Con la posibilidad de los hipertextos, la demostración puede estar fragmentada y no necesariamente organizada según las páginas del libro impreso. El lector puede comprobar lo que dice el historiador con el documento mismo, si existe de forma electrónica. El paralelismo con la literatura, más para autores del pasado, sería que esta hiperestructura textual permitiría al lector comparar, por ejemplo, una edición con otra edición de la misma obra; comparar el manuscrito del Ulises con el libro, comparar una traducción con otra, que también es posible hacerlo en el soporte impreso, pero más complejo porque además de encontrar los libros hay que comprarlos, cuando gracias a la textualidad electrónica se podría tener todo en la misma pantalla.
– ¿Qué diferencias habría entre una práctica de lectura impresa y una electrónica?
–Cambian los gestos de la lectura, pero hay algo más que me parece fundamental. El libro impreso es una obra, Madame Bovary es el libro de Flaubert. La práctica de seleccionar pasajes, aun en el libro impreso, remite a la totalidad de la obra. El fragmento está dentro de esa totalidad, inclusive si el lector no ha leído todas las páginas, porque hay elementos paratextuales que indican algo sobre el conjunto de la obra. La fragmentación de la lectura frente a la pantalla no remite a la totalidad de la obra. Hoy se utilizan los extractos sin ninguna relación con la totalidad en obras que fueron concebidas como una totalidad. Esta es una diferencia profunda y radical. Madame Bovary en cualquier edición impresa tiene la posibilidad de estar delimitada como una obra singular dentro de las obras de Flaubert. Nadie está obligado a pasear por todo el territorio, pero conoce las fronteras. Mientras que alguien puede leer tres páginas de Madame Bovary en e-book y destacar esas páginas, que adquieren una identidad y una vida singular, pero que no remiten más al proyecto estético de Flaubert. Es una diferencia importante que hay que considerar, la nueva relación entre el fragmento y la totalidad, que debería generar dispositivos que permitan reconstruir algo de esa totalidad en el soporte electrónico. Ya hay algunas de las plataformas de lectura que indican si el lector está en los comienzos, en la mitad o al final de la obra; es una manera de sustitución de la materialidad del libro. El nuevo mundo textual, en un futuro que nos desborda, puede ser un futuro de fragmentos textuales.
–Si alguien quisiera estudiar la obra de autores recientes, tendría que revisar e-mails para ver los intercambios con sus colegas. ¿El correo electrónico también debería ser contemplado como un material de archivo?
–Sí, pero ese material muchas veces se borra o se pierde por diversas razones. Porque se suprime o porque le pasa algo grave al disco duro de la máquina. Si se quiere conservar la evolución de las etapas de una obra, se debe imprimir el archivo, si no se corre el riesgo de que desaparezca. Lo que definía el perímetro de un archivo literario en el sentido material era que había un autor que estaba reconocido como tal y cuando se moría sus herederos dejaban todos los archivos. O los propios escritores organizaban sus materiales para donarlos a archivos literarios. En Francia tenemos el Instituto Memoria de la Edición Contemporánea; Alemania e Inglaterra tienen archivos similares. ¿Pero de quién o cómo se va a conservar hoy en día? La pregunta plantea un gran desafío. Yo no estoy obsesionado con la idea de los archivos porque, como decía Foucault, el proceso de proliferación de los textos es un poco inquietante y construye un universo que paraliza.
– ¿Qué sucederá con las notas de lectura que los escritores hacían sobre otros textos impresos en el caso de los e-book?
–Los técnicos dirán que el e-book también conserva las notas, que se puede leer y escribir al mismo tiempo. Pero es diferente porque el objeto no conserva en sí mismo, se necesitan decisiones de conservación. No quiero dar la impresión de que me estoy lamentando por la desaparición del libro porque es imposible que el libro desaparezca. No es un discurso de nostalgia hacia una invención terrible; es un discurso que contempla la convergencia de una problemática histórica sobre la perduración de la cultura escrita desde una perspectiva sociológica sobre las transformaciones de las prácticas de lectura y sobre cuáles son las nociones que para nosotros configura la literatura, qué se modifica, qué está desafiado por una nueva forma de distribución del texto sobre el soporte. Es un diagnóstico un poco más complejo que los planteos de los entusiastas del libro electrónico o las lamentaciones de los que lloran porque la cultura escrita está siendo sepultada, cuando nunca se ha escrito tanto.
De repente el fotógrafo hace un gesto de despedida. Chartier, tan entusiasmado que ni lo había registrado, salta del sofá del estudio de su colega argentino José Emilio Burucúa y le dice: “Usted es el fotógrafo más fantástico que me ha tocado porque no se percibe que está presente. Y no me ha pedido posturas ridículas. No soy un futbolista o una estrella para posar”.

Roger Chartier dirige la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, es un historiador de la educación y de los modos de lectura. En una entrevista con Chartier el protagonista principal es la lectura, en un mundo donde esta práctica ha disminuido, acosada por los medios audiovisuales y la informática. En otros encuentros ha dicho que su preocupación por estos temas comenzó desde joven, intrigado por la relación de autores como Shakespeare o Cervantes con lectores contemporáneos a través de sus libros. Chartier diferencia la multiplicidad de textos que pueden aparecer en los kioscos o en las pantallas de Internet, con la lectura de un libro, “lectura de una obra”. Ha publicado El mundo como representación; Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna y El orden de los libros, entre otras obras. Chartier dice que en encuestas realizadas en Europa muchos jóvenes responden que no leen. Tienen vergüenza de decir que leen. En la Argentina, la situación pareciera ser al revés, muchos dicen que leen, pero las cifras de ventas de libros y ediciones los desmienten. La Argentina es un país que va perdiendo el hábito de la lectura y el pensamiento de Chartier podría arrojar algunas ideas para comenzar a revertir ese camino de empobrecimiento.

Roger Chartier: "El libro no morirá porque posibilita un diálogo con la obra que permite pensar, desear y soñar"
OTRA REFERENCIA DE ROGER CHARTIER
El especialista en Historia de la Cultura fue distinguido con el título Doctor Honoris Causa de la UNC. Estuvo en Córdoba participando en el congreso internacional "Textos, autores y bibliotecas", organizado en conmemoración del 190 aniversario de la Biblioteca Mayor. Sostiene que el nuevo orden que esboza la revolución digital no provocará el deceso del libro, y recordó que en el devenir de la cultura escrita cada mutación produjo una coexistencia natural entre los antiguos objetos y las nuevas técnicas y prácticas. [29.09.2008]
El Salón de Grados del Rectorado Histórico fue el ámbito elegido para la ceremonia académica en la cual, el pasado viernes 26, se le confirió la máxima distinción de la Universidad Nacional de Córdoba al historiador francés Roger Chartier, quien se reconoció complacido de recibir el doctorado Honoris Causa en "la cercanía de los apacibles volúmenes de la colección jesuítica y en compañía de lectores de la Biblioteca Mayor que, desde 1818, está al servicio del público".
De esa forma, el pensador hacía referencia al congreso internacional "Textos, autores y bibliotecas", un espacio de reflexión que brindó el marco para la celebración de los 190 años del más importante reservorio de ejemplares de la Casa de Trejo.
Luego de recibir el diploma de manos de la rectora Carolina Scotto, Chartier realizó un emotivo agradecimiento. Admitió que la distinción tenía un sentido muy particular porque provenía de una institución "tan profundamente habitada por la historia y las sombras de sabios eruditos que transmitieron conocimientos y contribuyeron al desarrollo de formas de pensamientos con las cuales se construyó la modernidad intelectual".
Pero también mencionó la estrecha relación y los vínculos afectivos que mantiene desde hace años con profesores, investigadores y estudiantes de Argentina. "Gracias a los seminarios que dicté, los encuentros y amistades, aprendí a conocer no sólo la originalidad y la riqueza de los trabajos intelectuales que se producen aquí, sino también las heridas y los sufrimientos que dejó una historia, a menudo brutal, cruel, tiránica. No hay presencia más presente que la ausencia de los desaparecidos. Escuchando los recuerdos terribles, leyendo a los escritores que dan sus voces a los mudos, a los muertos, aprendí a entender una Argentina que se volvió una parte de mí mismo".
Una inquietud contemporánea
La desaparición del libro fue el eje de la conferencia que brindó Chartier. Recuperando palabras de Umberto Eco, se detuvo en la necesidad de otorgar seriedad a la preocupación y no conformarse con una simple observación: nunca en la historia de la humanidad se han producido y vendido tantos libros como en los últimos tiempos. "La evidencia de las estadísticas no basta para apaciguar las ansiedades frente a la posible desaparición del libro tal como lo conocemos y, por ende, la desaparición de las prácticas de lectura", explicó.
De todos modos, la preocupación disparó una pregunta incluso más crucial: ¿qué es un libro? En adelante, Chartier recorrió las disímiles posturas que fueron prevaleciendo en las distintas épocas de la historia. Recordó la respuesta de Borges, quien en 1952 había afirmado que más que una serie de estructuras verbales, se trataba de un diálogo infinito que entabla con el lector.
"Según Borges, la literatura no es agotable por la simple razón de que un libro no lo es. El libro no es un ente incomunicado, sino un eje de innumerables relaciones; y una literatura difiere de otra ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leído. Lo que importa es la lectura, no el objeto", agregó.
A su criterio, la mutación más importante introducida por la revolución del texto digital se refiere al orden de los discursos. En la cultura escrita, éste se establece a partir de la relación entre tipos de objetos (libros, diarios, revistas), categorías de texto y forma de lecturas.
Y es ese orden de los discursos lo que cambia profundamente con la textualidad electrónica: "La computadora es un único aparato que hace aparecer, frente al lector, las diferentes clases de textos previamente distribuidas entre objetos distintos. Todos, sean del género que fueren, son leídos en un mismo soporte: la pantalla iluminada y en las mismas formas decididas por el lector. Se crea así una continuidad textual que no diferencia más los diversos discursos a partir de su materialidad propia".
Esto también torna más difícil la distinción de la obra, porque la lectura frente a la pantalla es discontinuada y busca, a partir de palabras clave o rúbricas temáticas, el fragmento textual del cual quiere apoderarse, un artículo en un periódico, un capítulo de un libro o una información en un website.
Chartier explicó que la originalidad y la importancia de la revolución digital consta en que obliga al lector contemporáneo a abandonar todas las herencias, ya que la textualidad digital no utiliza más la imprenta. Y consideró imposible la desaparición del libro. "Nuestro presente está caracterizado por una nueva técnica y forma de inscripción, difusión y apropiación de los textos, ya que la pantalla del presente no ignora la cultura escrita, sino que la transmite, multiplica, la hace proliferar", acotó, aunque aclaró que todavía no se sabe muy bien cómo esta modalidad transforma la relación de los lectores con lo escrito.
Respecto a la evolución futura del fenómeno, reconoció que en el devenir de la cultura escrita cada mutación fundamental como lo fue la invención de la imprenta- produjo una coexistencia natural entre los antiguos objetos y las nuevas técnicas y prácticas.
Afirmó que no cree que el libro vaya a morir como discurso, es decir, como una obra cuya existencia no está atada a una forma material particular: los diálogos de Platón fueron compuestos y leídos en el mundo de los rollos, fuero copiados y publicados en códices manuscritos, luego impresos, y hoy pueden leerse frente a la pantalla. Y tampoco consideró que vaya a desaparecer como objeto, "porque este cubo de papel con hojas -como decía Borges-, es todavía el objeto más adecuado a los hábitos y expectativas de los lectores que entablan un diálogo intenso, profundo con las obras que les hacen pensar, desear o soñar", concluyó.
HOY LOS CHICOS ENTRAN AL MUNDO DE LOS LIBROS POR LO DIGITAL (NOTA DE CLARÍN 1-7-10) POR  MARIANA ROLANDI
Roger Chartier escribió a mano la conferencia que dio en la Universidad de San Martín hace 15 días, cuando recibió un doctorado Honoris Causa. Conocido internacionalmente por su libro El mundo de la representación, gran parte de su trabajo se basa en el análisis de los cambios en la escritura y la lectura a lo largo de los años. De visita en la Argentina, dialogó con Clarín.
¿Qué cambios hubo en el hábito de la lectura en este nuevo siglo? Los cambios que las nuevas tecnologías han producido en estos años son de muy alto impacto. La forma de transmisión y de apropiación cambia radicalmente, ya que una computadora no tiene nada que ver con un libro impreso y produce una transformación de la forma de inscripción, de la organización del texto, de la cercanía entre leer y escribir, y la continuidad entre las estrofas, entre otras cosas. Este cambio lleva a una nueva lectura, que es fragmentada, segmentada y discontinua. Así, la vinculación entre estas mutaciones de la técnica, la forma y la práctica de la lectura, crea una situación inaudita. Esto se complica aún más si pensamos que hoy convive lo digital con la escritura manuscrita. La dificultad será entender la coexistencia pacifica o no de estas formas.
¿Cómo debería manejarse a nivel mundial la industria editorial? ¡Hoy están todos haciéndose esa pregunta! Hay un esfuerzo del mundo editorial por introducir en el mundo electrónico los criterios estéticos y jurídicos que se dan en los libros impresos. Lo cierto es que también hay algunas teorías que piensan que puede abrirse un nuevo mundo de los libros, en el cual, en formato digital, todo sería un gran banco de datos, no habría límites, ni textos cerrados, ni totalidad, ni autores. Esto podría consistir en la desaparición del nombre propio, en fragmentos que tienen razón de ser en sí mismos, en la movilidade los discursos. Cada uno podría entrar en un texto y continuarlo. Sería un terreno abierto a todos. Claro que así se perderían las ideas de originalidad, singularidad y propiedad que hoy definen para nosotros el mundo de los discursos.
Hablando de nombres propios y de su estudio de la escritura, ¿qué autores prefiere? Yo siempre he preferido a los poetas y a los dramaturgos por sobre los novelistas. Supongo que por la relación con la voz, con la música de la poesía, y con el juego que genera el texto del teatro. Moliére y Shakespeare son mis elegidos. Por otro lado, leo mucho a los autores que son críticos y realizan una reflexión sobre la escritura y la literatura, tales como Borges, en su momento, y más cerca en el tiempo, Ricardo Piglia.
Ud. también es docente y crítico. ¿Cuál es hoy la realidad de la enseñanza de la escritura y la lectura? Los chicos entran al mundo de los libros a través del mundo digital, cuando antes sucedía al revés. La capacidad de leer y escribir es parte de la vida cotidiana, vivimos en un mundo de imágenes, pero en la vida cotidiana es un mundo de textos. Incluso, estas capacidades marcan las distancias sociales más fuertes. Creo que hay que restablecer la presencia del libro como tal, y mucho más, en el ámbito universitario.
En el escenario actual, ¿cuál es su visión del lector argentino? Tengo una visión muy optimista. Llama mucho la atención que aquí cierren muchas menos librerías que en otros países, como Francia, donde la crisis es clara. En cambio, aquí en las grandes avenidas hay librerías y gente mirando y comprando. Todo esto habla de que la lectura de los argentinos goza de buena salud.

OPINIÓN PERSONAL:
Chartier es conocido como uno de los pioneros de la historia del libro, de las bibliotecas, de las ediciones, en definitiva, de las formas de circulación y consumo de los textos escritos en el Antiguo Régimen.
Con espíritu provocador, Chartier se pregunta si la Revolución fue hecha por la Ilustración o si, por el contrario, el razonamiento correcto es el inverso. De hecho, una de las hipótesis fuertes sostiene que la Revolución fue la responsable de la construcción del concepto de Ilustración que ha llegado hasta nosotros, reproduciéndose hasta el cansancio en los manuales y textos escolares.
Este planteamiento puede sorprender poco a historiadores e intelectuales americanos, acostumbrados al estudio de los mecanismos por los cuales los nuevos estados nacionales del siglo XIX inventaron genealogías, próceres y hazañas para legitimar su existencia y construir identidades nacionales hasta entonces inexistentes. Pero pocas veces los historiadores europeos habían trasladado planteamientos semejantes para aplicarlos a acontecimientos históricos del prestigio y trascendencia de la Revolución Francesa.
Roger Chartier sostiene, entonces, que el concepto de Ilustración como conjunto de creencias monolítico, fue una invención de muchos políticos y dirigentes del período revolucionario. El Iluminismo no fue un conjunto de pensamientos homogéneo, un bloque de pensadores sin fisuras. Por el contrario, en la Ilustración convivieron filósofos de matrices ideológicas diversas, que en ocasiones sostenían puntos de vistas contradictorios e incompatibles.
Estas afirmaciones de Roger Chartier se inscriben en un programa más amplio de crítica del concepto tradicional de causa y antecedente, de matriz positivista, que propone en la historia una relación causal copiada de las ciencias de la naturaleza. Chartier sostiene que son las más profundas transformaciones culturales las que permiten la producción, circulación y aceptación de ciertas ideas en una época determinada. Dicho de otra manera, las ideas de Rousseau, Voltaire o Montesquieu no hubieran tenido el auge y la difusión que lograron, si para mediados del siglo XVIII no se hubieran ya instalado profundas transformaciones en la cultura francesa. Estos cambios culturales son los que crean el momento propicio para el éxito de ciertas ideas, para la aceptación de determinados pensamientos, y no a la inversa. Entre estos cambios culturales que estaban ya instalados firmemente en 1750, Chartier menciona el incremento de la lectura individual y el mayor acceso a los libros, la perdida de hegemonía de la Iglesia Católica y los comienzos de un proceso de descristianización, la crisis del carácter sagrado de la monarquía absoluta, el nacimiento de una nueva cultura política en torno a la prensa escrita, la reunión en clubes y salones, y el despuntar de la opinión pública.
Estos cambios culturales posibilitaron una revolución en las mentalidades. En definitiva, hicieron pensable la revolución, crearon las condiciones para la destrucción violenta del Antiguo Régimen. Y estas condiciones fueron las que provocaron la aparición, difusión y éxito de las ideas de los pensadores de la Ilustración. A la pregunta que se formula Chartier, "los libros ¿hacen revoluciones?", la respuesta parece ser inequívocamente negativa: los libros y sus ideas sólo comienzan a actuar cuando la revolución se ha puesto ya en marcha de una u otra manera. Las transformaciones culturales ya instaladas permitieron que los intelectuales pudieran pensar en la posibilidad de una ruptura revolucionaria con el pasado; en tanto que también permitieron que los lectores pudieran entonces aceptar sus libros y compartir sus propuestas. En síntesis, para Chartier el proceso revolucionario tuvo condicionantes culturales que lo hicieron posible, y no orígenes intelectuales que lo prefiguraron antes de que se produjera.

1 comentario:

  1. VER LA HISTORIA ME RESULTÓ DE MUY CHICA DENSA Y EN OCASIONES INENTENDIBLE, HOY DESCUBRÍ FORMAS CREATIVAS PARA QUE RESULTEN AMENAS VERLA, SIN MEMORIZAR O "DAR LECCIONES QUE LLEVEN AL OLVIDO" QUIZÁS AYUDE A DOCENTES PROFESORES Y ALUMNOS A BUSCAR CREATIVIDAD CON MUESTRAS DE LO QUE ESTARÉ INFINITAMENTE AGRADECIDA A MIS PROFESORES DE ESTUDIO DE BIBLIOTECARIA DE INSTITUCIONES EDUCATIVOS.EN OTRA OPORTUNIDAD INGRESARÉ MÁS TEMAS QUE TENGAN QUE VER CON VER UN VIDEO Y RELACIONARLO CON UN LIBRO, Y ENCONTRAR LAS CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA HISTORIA DE UN SIGLO, EN FORMA TOTALMENTE GRATIFICANTE. ¿POR QUÉ TANTOS ALUMNOS SE LLEVAN HISTORIA, GEOGRAFÍA, LENGUA, MATEMÁTICA? con mayor porcentaje, e Inglés (no se inglés pero si formas creativas de entender una búsqueda e interpretarla). SUERTE

    ResponderEliminar